Nuestras emociones tienen un efecto poderoso sobre nuestra elección de alimentos y sobre los hábitos de alimentación. Por ejemplo, se ha encontrado que el vínculo entre emoción y alimentación es más fuerte en las personas obesas que en las no obesas y en personas que hacen dieta en relación a las personas que no hacen.

Se ha observado que cuanto más emocional es la persona en su alimentación, más descontrol tiene en el número de comidas, siendo constante la eliminación del desayuno en su rutina alimentaria. Como vemos, el vínculo entre emoción y alimentación es un hecho.

Cuando usamos la comida para calmar nuestro estado emocional estamos alimentándonos emocionalmente. De alguna manera la preocupación por nuestro peso y por nuestro cuerpo enmascara preocupaciones aún más profundas, esto se convierte en un círculo vicioso de preocupaciones que no se resuelven y que frenan nuestra capacidad de crecer y desarrollarnos.

Cada órgano genera unas u otras emociones. Dependiendo de si tomamos un alimento u otro vamos a sentir unas emociones muy distintas. Esto sucede porque cada alimento «ataca» a órganos distintos. Si ingerimos alimentos que nos bloquean el hígado, como por ejemplo el alcohol, serán más factibles las emociones de ira, cólera, agresividad o la impaciencia.

La razón por la que las personas con problemas emocionales suelen ir en busca de comida para sentirse mejor es porque muchos alimentos incluyen triptófano, un aminoácido que provoca la liberación de serotonina. Piensa que los niveles bajos de serotonina se asocian a la depresión y a la obsesión.